Revista nº40


Por todas partes oímos que la humanidad se encuentra en los albores de una gran revolución, que el cambio que se avecina tiene proporciones inimaginables, quizá comparables con la revolución Neolítica que aconteció hace 10.000 años.
Aquel cambio conmocionó todas las estructuras sociales del planeta y la humanidad configuró un nuevo marco con escenarios diferentes que permitirían dar un gran impulso al proyecto evolutivo del ser humano.
Ahora se escucha hablar de una revolución de la conciencia, de la inteligencia, del conocimiento… algo que nos permitirá abandonar las viejas estructuras que se han quedado obsoletas y acceder a una dimensión nueva donde rigen coordenadas diferentes.
Como en todo proceso de cambio asistimos a los últimos coletazos del sistema agonizante que se niega a abandonar la escena y se resiste a dejar sus cetros de poder, sus mitras que han subyugado durante milenios, sus armas de manipulación de masas… y ante la presión social que cada día es mayor, los dirigentes siguen poniendo “parches” a situaciones insostenibles, siguen intentando pegar los trozos del cántaro roto, siguen queriendo alargar la agonía de unas formas de vida que han dejado de ser respetuosas para las personas y para la Madre Tierra. Las soluciones que se proponen y se aplican tienen una vida muy corta, a veces en semanas, e incluso en días, se descubre que las medidas que se han tomado resultan inútiles. Incluso se puede observar la falta de confianza de los líderes en sus propias palabras… no hay más que ver la nula convicción que muestran en sus gestos, en sus miradas, en sus tonos… Nunca el lenguaje no verbal ha resultado tan claro y tan contundente a la hora de desbaratar los argumentos y contradecir lo que expresan las palabras, como demuestran ahora las personas que ostentan  el poder en las instituciones políticas, económicas y de toda índole.
Y una vez más recordamos las sabias palabras de Einstein que apuntan claramente a la necesidad de ese gran cambio: “Los problemas importantes a los que nos enfrentamos no pueden ser resueltos desde el mismo nivel de conciencia en el que nos encontrábamos cuando los creamos”.
¿Ha llegado el momento de tomar conciencia de la interrelación que existe entre el caos exterior que vivimos a nivel planetario y el caos interior en el que se mueve la gran masa humana? ¿Estamos ante la oportunidad de revisar nuestras estructuras de pensamiento, la gestión que hacemos de nuestro mundo emocional y -como consecuencia de esas dos premisas- nuestro comportamiento?
Con el comienzo del tercer milenio se abrió una oportunidad magnífica para cambiar. Los paradigmas (modelos) que habían servido como coordenadas donde se sustentaba cuanto nos rodeaba, y la vida misma, se demostraban día a día obsoletos… una oportunidad extraordinaria apoyada por los descubrimientos que se han producido en todas las ciencias en las últimas décadas. Y entre ellos una concepción reveladora: existe un vínculo energético de la humanidad con su entorno natural o, dicho en otras palabras, se ha conseguido relacionar las variaciones de la frecuencia electromagnética del planeta con las frecuencias cardiacas que emite el corazón de los seres humanos: “Cuando creamos emociones positivas basadas en el corazón, tales como gratitud, aprecio, cuidado, etc. lo que realmente estamos haciendo es generar un campo magnético dentro de nuestros cuerpos que incide en el campo magnético de la Tierra”.
¿Qué nos dice este descubrimiento? Pues nos dice que en estos momentos el aumento de la conciencia individual generando sentimientos y emociones positivos es el primer paso para alcanzar un mundo mejor, y el segundo paso es la unión de todas esas conciencias despiertas enfocadas hacia el bien común, a colocar a las personas por encima de la economía, a la creación de una sociedad más justa, sostenible y pacífica. Se trata de recorrer el Camino del Corazón desde lo personal hasta lo colectivo.
El proyecto Coherencia Global, liderado por el científico Gregg Braden intenta enseñar a las personas a generar frecuencias cardiacas coherentes, mediante la emisión de pensamientos, sentimientos y emociones constructivas como la paz, la confianza, el amor, la paciencia, la generosidad, la apertura, la entrega, la compasión, la sinceridad, la armonía, la justicia, la libertad, la verdad, la solidaridad, la hermandad… En definitiva, necesitamos poner en práctica una nueva manera de pensar, de comunicarnos y de relacionarnos acorde con los valores humanos universales… O lo que es lo mismo: el primer paso para llegar a la gran revolución que se avecina empieza por uno mismo. No será posible el cambio social si no se produce antes el individual.